Sólo tus manos son para el desorden,
viento que entra en mi casa sin permiso,
deshoja libros
como abanicos tristes
y borra las palabras aprendidas.
Tiende emboscadas en los tragaluces,
golpea los espejos interiores,
tira los avisperos, vuela las hojas muertas,
desata la calima
que nubla la visión y los sentidos.
Me rompe los contornos
de mi mísma y me esparzo
en un cielo infinito.
No me da ni un respiro para buscar las piezas.
De nuevo irrumpe,
vuelca las lámparas,
incendia las cortinas,
borra los márgenes de la decencia.
Trae las nubes alborotadoras,
el epicentro fiel de los delirios,
amaina,
embiste,
ata, silba, enfurece.
No sabe controlar su intensidad.
Tan sólo echa por tierra,
con la fuerza de un vórtice magnético,
el orden imperfecto de mis años.
©Amaya Blanco García
lunes, 10 de octubre de 2011
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